Si Cicerón fuera vecino
mío
le llevaría hasta mi limonero,
le mostraría todos mis rosales
y le haría un ristretto sin azúcar.
—Advierte —le diría— que poseo
jardín y biblioteca. Es más,
todas las rosas de mi colección,
¿lo notas?,
son de olor y floración continua.
El limonero, por su parte,
es del tipo lunar,
es decir, generoso.
El otoño es en casa exuberante,
hay gintonics perpetuos,
y entretengo el invierno
en la poda y trasplante,
la lectura apacible
el sexo conyugal
y la compra de algún nuevo capricho
siempre antiguo e inglés,
pagado online y recibido al punto.
La biblioteca ofrece
a quien sepa mirarla
un secreto inventario de mi vida.
Que incluye, cómo no,
el retrato más fiel de mis temores,
y el balance completo de mis días.
Así pues, Cicerón —le soltaría—,
como sin duda aprecias,
soy feliz al estilo
que cantasteis los clásicos:
lo tengo todo,
no puedo pedir más.
Lo pongo en un poema
por si acaso me olvido.
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