Existen aspectos, como la constante
capacidad de experimentación e innovación, que convierten a Care
Santos en una de las escritoras más atractivas, literariamente
hablando, del actual panorama juvenil. Y es que siguiendo su
trayectoria se constata que desde Hot Dogs (2001), novela realista
en la línea de las modas de lecturas juveniles de hace unos años,
pasando por el atrevido puzle literario de Los ojos del lobo (2004),
hasta llegar a El dueño de las sombras, la autora catalana no ha
cesado de experimentar con temáticas, con la estructura de la novela
y con los puntos de vista del narrador. Un ejercicio encomiable, no
falto de riesgos ni de algunos errores, que convierten a esta
escritora en un valor a seguir.
Y es que El dueño de las sombras se aparta del realismo crítico de
múltiples colecciones destinadas al joven lector y se atreve a
realizar una incursión en el mundo de ultratumba, centrándose
especialmente en las múltiples presentaciones del mal. Un tema que
se remonta, como bien hace Santos al final del libro, hasta los
románticos, como Gustavo Adolfo Bécquer, y que en la actualidad
cultivan con acierto Agustín Fernández Paz, Fernando Latorre y César
Mallorquín, entre otros.
Aunque este es un género difícil de abordar, la nueva mirada
femenina de Santos lo enriquece de matices y ofrece un protagonismo
diferente a las mujeres de la familia Albás, situado en el extremo
contrario de las típicas chicas histéricas de las películas
americanas de terror. Pero si con esto no hubiera bastante, la
autora deleita con una de las miradas más singulares del lado oscuro
del mundo: Eblus, nombre que recibe el demonio protagonista de todos
los males, es el narrador de los peores momentos. Un relato en
segunda persona, que se dirige al lector, con preguntas ad hoc, y
que despierta en él sus miedos más ancestrales. Esta es, sin duda,
la obra más ambiciosa de esta gran autora juvenil, que da muestras
de una gran maestría del arte de novelar.
Joan Portell Rifà
Suplemento Exit, El periódico de Catalunya /
El periódico de Aragón, noviembre 2006
El fervor está justificado: yo
emprendí la lectura por la noche, robé horas al sueño, devoré en un
tren y no cerré el libro hasta su final, todo ello antes de que las
veinticuatro horas se cumpliesen. En dueño de las sombras engancha
desde su planteamiento (...) El secreto de Care Santos es poseer lo
que le falta a muchos autores: inteligencia. Para contar historias
de tú a tú a los adolescentes, convirtiéndose en dueña de los
lectores; y para convertir una novela juvenil en obra sin
adjetivos, reflexionando sobre el papel de la mujer –ellas son el
motor de la novela, mientras los hombres asienten, pasovos- o
ciertas reflexiones sobre la escritura.
Elena Medel, El correo
de Andalucía
Durante estos últimos años he llegado a
una extraña conclusión o, mejor, a una convicción que me produce
perturbadores pensamientos como, por ejemplo, deducir que Care
Santos (Mataró, Barcelona, 1970) pacta con el diablo, o se sirve de
alguna extraña pócima capaz de alargar las horas de su cotidiano
convivir y aguantar durante horas delante del ordenador. Y llego a
esta conclusión, primero, por su capacidad de trabajo y la
consecuente cantidad de libros publicados hasta el momento y,
segundo, por la variedad temática de sus obras. Lo afirmo porque
cada entrega suya supone una nueva apuesta narrativa y, en esta
ocasión, siembra un total desconcierto entre sus lectores con una
novela de terror, El dueño de las sombras, mezcla entre el
género gótico y la fantasía lovecraftiana, en el mejor sentido que
pueda suponerse a una imitación temática que se remontaría a nuestro
siglo XIX, poblado de leyendas y fantasías acerca de lo
sobrenatural, en realidad un mundo en el que el hombre piensa, de
alguna manera, ser salvado por seres superiores y en circunstancias
que nada tienen que ver con su entorno más próximo.
(...)
La novela El dueño de las sombras empieza a leerse con un
trepidante interés que anima al lector en su necesidad de saber más
en una primera parte extensa, ritmo que no decae en ningún momento;
y los personajes, adolescentes —mundo que bien conoce Care Santos—,
se mueven por el escenario sombrío de una desconocida maldición con
soltura y están bien perfilados. Se dosifica en la segunda por la
exposición de los hechos de los antecedentes familiares, en unos
pormenorizados capítulos que llevan por títulos los nombres de sus
protagonistas, y una tercera parte ofrece la posibilidad de
ejercitarnos en el arte de las tinieblas con una abundante
documentación sobre los pormenores con que cuenta el mundo de lo
sobrenatural y además, sistemática y reiteradamente, la sombra se
hace dueño de nuestra voluntad cuando, de vez en cuando, se
intercala un reflexión que nos anima a seguir leyendo. Y así
concluimos una novela cuya última palabra, cuya último precepto,
viene dictado por ese Superior que doblega nuestra voluntad.
Pedro M. Domene,
La tormenta en un vaso (www.latormentaenunvaso.blogspot.com)
Lo mejor que puede pasar al leer un
libro es llegar a la mitad sin darte cuenta. Y este es el caso.
Cuando uno se quiere percatar, El dueño de las sombras te tiene
agarrado. Y encima sonríe.
El libro es algo más que literatura juvenil. Es una partida
continuada con el lector en el que llega incluso a dudar de si se le
está contando una aventura en la que terminará implicado. Partida
salpicada además con los mejores recursos de la intriga y el terror
más directo. Y con narrador inesperado entre medias.
Y no, no son truculentos sucesos en ese lugar lejano, en el
extranjero y preferiblemente en medio de la nada donde estamos
seguros que nunca iremos. Aquí el Averno tiene a bien buscar refugio
en los Pirineos, casi en casa. Y con repetitiva tendencia a volver
de vez en cuando.
En El dueño de las sombras nos encontramos con constantes giros que
se acercan al lenguaje audiovisual. Diversas historias entre las que
en principio es difícil encontrar un enlace y terminan convertidas
en una red perfectamente tejida. Todo guarda relación: las épocas,
las personas, los hechos y el destino. Un destino que,
inevitablemente, se repite. Suele ocurrir cuando el ser humano se ve
envuelto en guerras que le quedan grandes. Del cine de terror a
Lovecraft, de Stephen King a los lúgubres románticos, todos dejan su
línea por el libro, provocando su escalofrío particular.
Estas relaciones van de la mano de una unión continuada de la
leyenda y la realidad. Los sucesos de un pasado difuso recobran de
nuevo vida con accidentes, muertes o hechos que les suceden a
protagonistas cotidianos, normales, como cualquier otro. Los objetos
supuestamente más inocentes, como una muñeca de trapo o porcelana,
convertidos en agentes del Mal con mayúsculas. Todo como un
mecanismo perfectamente engrasado que convierte a los protagonistas,
y de paso a quien va leyendo, en un peón de un magistral y diabólico
maestro de ajedrez. Y como alfiles o torres un escuadrón de
fantasmas, llamadas que no deberían realizarse, catástrofes y
apariciones.
Care Santos indaga además en la psicología de la adolescencia desde
múltiples ángulos. De la envidia al afán de protagonismo, el amor o
la insensatez. Aspectos de los que se aprovecha el demiurgo que va
dirigiendo la trama, pero que, al mismo tiempo, nos acercan a la
humanidad de cada uno de los personajes. Este desarrollo psicológico
también se da en los personajes más adultos, conscientes en mayor
medida de la maldición que engloba las desgracias de una familia a
lo largo del tiempo y, en consecuencia, buscadores más ansiosos de
encontrar una esperanza para librarse de dicha maldición.
En definitiva, un libro para sentarse y no levantarse. Y en caso de
hacerlo no mirar a los lados, no sea que nos encontremos algo. Y con
una resolución hilada. Científica y mitológica a partes iguales, al
alcance de la comprensión sin necesidad de tener que ir tomando
apuntes cada cinco páginas para no perderse. Perfectamente creíble.
He ahí lo terrorífico.
Antonio Voivoda,
Literaturas.com