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Sinopsis
Con la llegada del cine, los espectáculos de
variedades están condenados a desaparecer. Alondra Segovia, una de las más
encumbradas artistas españolas de los años veinte y treinta, vive los últimos
momentos de su gloria en los escenarios antes de que las viles argucias de un
chantajista casi profesional, Diego Rabasca, la obliguen a retirarse en pleno
éxito y a recluirse en su casa, en compañía de su ahijada, Angelina. Allí será
asediada constantemente por un hombre al que abomina pero que habrá de ser la
tabla de su salvación: Gaspar Montesinos, su más fiel admirador. Han dicho de ella...
El tango del perdedor marca la entrada
de Care Santos en los dominios de la novela extensa. Y lo primero que debe
decirse es que la autora ha dado este paso con especial fortuna. Porque ha
logrado redondear una novela interesante, construida con destreza y habilidad,
bien escrita y con una graduada suspensión de la intriga que atrae y mantiene la
atención del lector sin decaer en ningún momento a lo largo de sus más de
trescientas apretadas páginas. (...)
Ángel Basanta
El tango del perdedor acomete un desafío
ambicioso y denso: recrear la Barcelona del primer tercio del siglo XX —la
ciudad de la Exposición Universal de 1929 y el declive de los espectáculos de
variedades con la llegada del cinematógrafo, la espectadora de la Primera Guerra
Mundial, la integrante de una sociedad alternadamente republicana y monárquica—,
donde se suceden varias décadas de profundos cambios. A través de dos narradores
—la ahijada y el adorador de la famosa bailarina Alondra Segovia, cuyo nombre
esconde a un fenómeno artístico real— se desvela la acción hasta formar un
mosaico lleno de personajes variopintos, todos ellos perfectos perdedores que
llenan las Ramblas y el Barrio Chino.
Toni Montesinos
...y una crítica asesina (que no falten) El tango del perdedor adolece principalmente de tres defectos: ingenuidad, alargamiento innecesario y previsibilidad en el devenir de la trama. (...) En su afán por retratar con veracidad la Barcelona de los años 20 y 30, la autora se pierde a veces en los datos históricos sin relación aparente con el argumento y saca a escena personajes reales por mero exhibicionismo —por ejemplo, la ridícula aparición de Jacinto Benavente—. Ello redunda en un ritmo narrativo espeso que se explaya en detalles sin importancia que rebajan el interés del clímax de los momentos de tensión —el asesinato del marido...—, y cuya ingenuidad (los protagonistas tienden a expresar lo que piensan y sienten constantemente) choca con estrépito con el "macguffin" de la novela: las prometedoras fotos de la bailarina Alondra Segovia iniciando sexualmente a su ahijada de 12 años. Esta escena, oculta futilmente al lector hasta las últimas páginas —pues se adivina con su simple desarrollo—, demuestra la debilidad de El tango del perdedor: o se construye una novela en torno a una escena de alto voltaje o se ofrece una visión retrospectiva del mundo del espectáculo. Unir ambas cosas lleva a una tierra de nadie donde el objetivo del narrador se encuentra completamente fuera de lugar.
Juan Carlos Palma
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